miércoles, 10 de marzo de 2010

el narrador metichón

Era un vaquero; un poquito zambo, siempre con sombrero, camisas a cuadros, pantalones de mezclilla. Sabía montar a caballo; le gustaban las carreras equinas. Sus papás tenían un ranchito. A veces acarreaba alfalfa. Sabía ordeñar. Vendía quesos. Usaba botas y buenos cintos de cuero. Era muy guapo. Alto, delgado, unos ojos dormilones y grandes pestañas. Tirándole a blanco. Musculoso.
Pero que no hablara nomás, porque entonces me parecía bobo.

Trabajaba en una Dependencia de Gobierno. Era el lleva y trae los papeles. A veces chofer. Las secretarias se le quedaban mirando y se reían con él.

Una vez me contó que estaba enamorado de su esposa y que quería mucho a su niño. Yo los miré un día en la misa de doce, en familia.

Y también una de sus compañeras me dijo, refiriéndose a él: “Me gusta mucho el Rubén, el otro día en la noche, me llevó a un campito; después de coger en el carro, nos bajamos y se puso a pistear con los trabajadores; cantaron con las guitarras y eso iba para largo. Y pues me fui a dormir sola. Yo había pensado ir a un hotel, algo más tranquilo, pero no traía dinero. Otro día será”.

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