martes, 29 de diciembre de 2009


Soy yo
sin tí
en amor, caricias y besos infinitos
que no son posibles,
pero que también la historia registra

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Insomnio

Madrugada ensordecedora de silencios
Algo se mueve en la quietud
Libertad de ojos abiertos

Bostezan los despertares adormecidos

Soy el sueño que a veces se ilumina en las paredes

sábado, 12 de diciembre de 2009

Si yo pudiera caminar por el mar?
Si yo pudiera danzar con la luna y estrellas?
Y si pudiera empezar lo que ya ha terminado?
Si pudieras vivir en mis sueños y reconstruirte a partir de ellos?
Si pudiera atravesar el sol, fundirme en él y despertar en tus brazos?
Si pudiera tocar el viento, convertirlo en tu amor y depositarlo en mi corazón?

Noviembre 12 de 1993

jueves, 10 de diciembre de 2009

Campo con sabor

Le cambió la llanta y se fueron al campo. Estaba lloviendo, el coche se llenaba de verde fresco y de gotas en la ventana. Olía a tierra mojada cuando está muy seca y le cae el agua. También venían oleadas de aromas de establos y vacas y boñigas.

Pocas cosas le preocupaban, ni el río cercano, ni lo gastado del neumático, ni la pobre visibilidad ante la neblina. Con Luis se sentía a resguardo. Éste hablaba: “Alejandra se fue temprano a su casa, no sé que tenía qué hacer con su esposo, prepararle algo para cenar, quizás. Están en etapa de reconciliación”.

Dianita salió un poco de su letargo lluvioso. Luis sabía que si le ponía más fuego al incipiente volcán que percibía en ella, habría que apagarlo, y a la mano estaba solo él por ahora. Sonrió apenas.

Siguieron hasta un pueblito cercano. Compraron quesos. La lluvia se había vuelto menuda. El coche bajó por la vereda de tierra, hasta el borde del río. El lugar estaba solitario por el clima. Se quedaron en el auto. En silencio, mirando el cauce que andaba lleno y corriendo veloz.

Luís la besó. A ella le gustaba. Sentía el contraste entre el bigote crespo, el olor a cigarro y lo suave de sus movimientos. Era como si él supiera que no la satisfacía del todo y siempre se esforzaba y se esforzaba. Dianita sentía la excitación de Luís. Él le acariciaba los senos y el pequeño sexo, y le decía: “Déjame si?. Déjame metértelo un poquito, estoy seguro que te va a gustar”. –“Bueno, pero aquí no, es muy incómodo”. –“En el cofre del carro nos podremos recostar, si?”

Se subieron. Luís no podía disimular su ansiedad. Dianita se dejó caer en el cofre, ya desnuda de abajo; abrió totalmente las piernas para recibirlo y él vino. Luis ya estaba encima preparando la penetración. Pero estaba tan excitado, que terminó antes de empezar.

-“Perdón-dijo-lo siento”, mientras su cara se acercaba al sexo de ella y la lengua se preparaba. Dianita sonreía feliz y divertida.

El canto del limosnero

Como en el canto de un limosnero, sonrío y pido amor.
Me ahogo en el manantial de agua más pura y me reseco en mi sed.
El viento y una brisa refrescante acarician mis sentidos y yo ardo en mi calor.
Puedo caminar, correr, saltar, volar... y la inmovilidad pone una barrera de ataduras en mi camino.
Son míos un tiempo y un espacio tan infinitos como la imaginación; y sin embargo, solo vivo en el segundo y en el lugar que comparto contigo.
Como en la triste soledad del mendigo, sonrío y pido amor.

Noviembre 16 de 1993.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Cercanía

No leo sus escritos trasnochados, ni sus diarios, ni sus blogs. Sé que hay ahí mucho de realidad y bastante de fantasía. Buscar esas fronteras es desgastante, qué cansancio; mejor no leo. Mejor le miro dormir a mi lado y toco su frente. Mejor le doy un beso en sus ojos cerrados y pongo mi mejilla en su respiración.
Y si en las mañanas tengo ganas de su cuerpo, rodeo la cama con mi almohada en la mano y le digo: "dame un campito"; entonces me meto en las sábanas y me pego a su calor. Y de inmediato siento su brazo que me aferra en un tibio y cotidiano sopor que protege.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Del deseo 2

“Apareció en la cocinita donde yo pasaba el café, envuelta en mi bata. Le quedaba enor­me y parecía un payaso. Sus pies descalzos eran los de una niña.
Estaba muy có­mica así, con sus pelos revueltos y esa bata que arrastraba por el suelo. Me acerqué a ella y la abracé. La sentí muy frágil, temblando. Pensé que si apretaba un poco el abra­zo, se quebraría, como un pajarito.”

Mario Vargas Llosa, Fragmento

Ternura a mares, una explosión que sonríe. Dar, solo eso. Guardar el abandono que nos hace más fuertes. Un día, un segundo, un existir, qué importa. Dejarse ir.

En el abrazo, lentamente hierve mi sangre y se hace azul o de niebla. Mi mano va a su sexo, con movimientos muy suaves. Miro atentamente sus ojos y su boca, buscando el signo del día que empieza.
Mis dedos acarician despacito, buscando el renacer. Ella ronronea y me relajo. Nos acomodamos al ritmo de un deseo fuerte y dulce, de nubes y de sol, apacible como olas de acantilado.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Del deseo 1

Aparecen unos piquetitos en las manos. Ellas quieren volar hacia tus pezones. Solo hay vacío. Por eso duelen de a poco, como estrellas que no encienden.
La lengua sueña con meterse en tu boca, fuerte, duro y ahora dulce. Otra vez duro. De nuevo suave. Van y vienen contornos de labios.
Un abrazo detenido en la noche que gira. Engranaje satisfecho de huesos que son de ella, que son tuyos.

martes, 24 de noviembre de 2009

Las preguntas

Y tú qué quieres de ella?
quiero que me quiera
Y para qué quieres que te quiera?
Para sentir su amor que lo respiro en mi oreja. Para dormirme con su mano apretadita. Para soñar en lo que piensa. Para dejarme caer en sus piernas. Para acariciar mis cabellos con sus ojos. Para llorar y que no duela. Para reir muy suelto. En fin, para encontrar mis piezas con ella y asombrarme.
Espera, espera... eso no es mucho?
creo que sí, pero tú me preguntaste y eso es lo que quiero...
Y el deseo?
ah! eso te lo contesto mañana

sábado, 21 de noviembre de 2009

El abrazo

Encuentros en la cama
encima las sábanas que cubren desnudeces
abajo los cuerpos que se buscan
pegados fuerte, atraidos, conjurando ausencias

Se calman de a poco los grandes chorros de sangre que se bombeaban
tú la aprietas fuerte, tanto fuerte,
parece que quieres quebrarla o meterla dentro tuyo

martes, 17 de noviembre de 2009

Desierto de paz

En las áridas soledades
que encierra la mediocridad
de una vida estéril, pero serena
me extinguiría poco a poco,
consumiéndome en una lenta
agonía de letargo sin fin

En este desierto de paz
es bienvenido el viento de fuego
que de repente abraza mi alma
en el sufrimiento más atroz

En este desierto de paz
me estremezco en la intensidad
de la lluvia de estrellas,
que me abre las puertas del cielo
en la luz cegadora del momento
más dichoso que dura un siglo

En este desierto de paz
me sacude la desolada lágrima
que fortalece y refresca mi espíritu,
me sacude la felicidad
que vibra en todo mi sentir
con la angustia del tiempo infinito
que se convierte en un segundo...

Escrito en diciembre 28 de 1993 y extraída de una libretita.

jueves, 12 de noviembre de 2009

los ruidos del placer

Quizás en el gemido se encuentre la agonía del renacer. Me gusta regalarme esos sonidos del deseo. Me gusta regalárselos a quien le agrada escucharlos. Si me dicen entre risas “Calla un poco”, entiendo que es el pudor que habla. Si los guardo, si empaqueto esa música en mi cuerpo; siento que no muero del todo. Esos ruidos del placer son escapes muy pequeños de una explosión contenida, que aguarda, que espera la muerte intensa de una vida que se repite.

martes, 10 de noviembre de 2009

Sueñitos rojos

Se duchaba. Apenas le dolía, cómo un latido ligero. Lavaba las bragas para que no quedara rastro. No era mucha, pero la sangre se escurría por las pequeñas piernas. Salía de entre los vellos del pubis. No había alcanzado a secarse, todavía estaba húmeda.

Eran cerca de las diez y fue directo al baño. A mirarse y a limpiarse. Él le dio un aventón en su coche, cómo muchas veces. Se detuvo a unas cuadras de su casa. La empezó a besar, como muchas veces. “Déjame si?, no te va a doler, después de esto, todo será gozar”, le dijo, como muchas veces.

Estaba la puerta del carro abierta, Nicolás se había bajado y embestía parado y amparado por la noche en las calles desiertas. Ella lo dejaba hacer y le abría paso entre sus piernas. De repente sintió más dolor que placer y lo retiró con un susto congelado. No se le olvida ese momento, él se lo dijo, pero ya no recuerda más que una lengua muy extraña tratando de hacer explotar un bosque mojado.