No leo sus escritos trasnochados, ni sus diarios, ni sus blogs. Sé que hay ahí mucho de realidad y bastante de fantasía. Buscar esas fronteras es desgastante, qué cansancio; mejor no leo. Mejor le miro dormir a mi lado y toco su frente. Mejor le doy un beso en sus ojos cerrados y pongo mi mejilla en su respiración.
Y si en las mañanas tengo ganas de su cuerpo, rodeo la cama con mi almohada en la mano y le digo: "dame un campito"; entonces me meto en las sábanas y me pego a su calor. Y de inmediato siento su brazo que me aferra en un tibio y cotidiano sopor que protege.
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