Le cambió la llanta y se fueron al campo. Estaba lloviendo, el coche se llenaba de verde fresco y de gotas en la ventana. Olía a tierra mojada cuando está muy seca y le cae el agua. También venían oleadas de aromas de establos y vacas y boñigas.
Pocas cosas le preocupaban, ni el río cercano, ni lo gastado del neumático, ni la pobre visibilidad ante la neblina. Con Luis se sentía a resguardo. Éste hablaba: “Alejandra se fue temprano a su casa, no sé que tenía qué hacer con su esposo, prepararle algo para cenar, quizás. Están en etapa de reconciliación”.
Dianita salió un poco de su letargo lluvioso. Luis sabía que si le ponía más fuego al incipiente volcán que percibía en ella, habría que apagarlo, y a la mano estaba solo él por ahora. Sonrió apenas.
Siguieron hasta un pueblito cercano. Compraron quesos. La lluvia se había vuelto menuda. El coche bajó por la vereda de tierra, hasta el borde del río. El lugar estaba solitario por el clima. Se quedaron en el auto. En silencio, mirando el cauce que andaba lleno y corriendo veloz.
Luís la besó. A ella le gustaba. Sentía el contraste entre el bigote crespo, el olor a cigarro y lo suave de sus movimientos. Era como si él supiera que no la satisfacía del todo y siempre se esforzaba y se esforzaba. Dianita sentía la excitación de Luís. Él le acariciaba los senos y el pequeño sexo, y le decía: “Déjame si?. Déjame metértelo un poquito, estoy seguro que te va a gustar”. –“Bueno, pero aquí no, es muy incómodo”. –“En el cofre del carro nos podremos recostar, si?”
Se subieron. Luís no podía disimular su ansiedad. Dianita se dejó caer en el cofre, ya desnuda de abajo; abrió totalmente las piernas para recibirlo y él vino. Luis ya estaba encima preparando la penetración. Pero estaba tan excitado, que terminó antes de empezar.
-“Perdón-dijo-lo siento”, mientras su cara se acercaba al sexo de ella y la lengua se preparaba. Dianita sonreía feliz y divertida.