Otra vez estaba en su gruta. Al fondo del mar o de un lago quizás. Había rocas pero iba suave entre el agua. Miró su llamita... estaba pequeño el fuego; lo había olvidado y no se explicaba cómo había sobrevivido. Procedió a echarle aire como siempre. Esperaba que la llama se avivara y se hiciera grande. Pero no pasaba así. Mientras más movía su fuelle, más se iba instalando una desesperación que casi olía a impotencia. Soplaba y soplaba y el fuego seguía igual de chiquito.
Entonces la intuición le dijo que se calmara. Y abandonó de momento esa actividad y se soltó y subió y subió. Y nadó y salió del agua. Y siguió subiendo. Y desde el aire miró hacia la llama. Y asombro!!! desde allá se veía grande el fuego.
Volvió y la vió de nuevo pequeña. Le brindó más aire y más cuidados. Ahora con quietud y paciencia. Y con la alegría de una enorme sonrisa.
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