Me quito los pensamientos, los dejo a un lado, guardaditos como los zapatos para ponérmelos después.
La miro y un deseo furioso me llega.
La aprieto, me aprieta. Muerdo sus pezones. Le beso un costado y arriba de sus nalgas. Las manos parecen cuatro agitadas palomas en busca de los rincones que abren el gemido. La boca y el cuello. Otra vez la boca, manantial sabroso de datiles húmedos. Ahí me detengo. Ahora me calmo.
Poco a poco me bajo y busco su sexo. Primero ternura. Arriba, a los lados, suavemente. Sobre el calzón. Se lo quito, me ayuda. Se agita, me agito. Mi lengua está donde le gusta, se mueve lento y rápido. Mis sentidos succionan y buscan el sonido de su placer.
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